El 50% de la diversidad biológica española se concentra en humedales que se ven hoy reducidos. La Fundación Cepsa, en colaboración con la Junta de Andalucía, ha revertido esta situación en ‘La Laguna Primera de Palos’, en Huelva.
La elegante pose del lince ibérico. El majestuoso vuelo del águila imperial. O el atronador gruñido del oso pardo. Son las primeras imágenes que acuden a la mente cuando uno piensa en la pérdida de biodiversidad en España. Especies emblemáticas cuyo estatus, como apunta Eduardo de Miguel, director gerente de la Fundación Global Nature, “se está revirtiendo, con un aumento de sus poblaciones”. Y, sin embargo, la inabarcable variedad de plantas e insectos en nuestro país –lo que De Miguel llama “gran biodiversidad”– pareciera merecer una atención mediática más escueta o hace sonar alarmas más tenues entre la opinión pública. Pero sufre, desde hace décadas, el impacto de una actividad humana que no tiene en cuenta los límites planetarios.
Van cayendo también las poblaciones de aves y pequeños mamíferos. Se interrumpen ciclos de vida perfectamente orquestados –desde hace milenios– por la madre naturaleza. Los efectos nocivos afectan a la riqueza de los ecosistemas, que representa sin duda un valor en sí mismo.
Incluso desde una óptica estrictamente económica, De Miguel advierte que la pérdida de biodiversidad perjudica a una parte importante de nuestro modelo productivo. Pone como ejemplo la disminución de microorganismos en el suelo y su influencia en la materia orgánica que asegura la eficiencia natural en el uso agrícola. O el paulatino descenso de, como explica el experto, “polinizadores como las abejas, fundamentales para especies de cultivo como almendros o cerezos”.